Días de muertes

Todo es lo que parece

Por Igor Israel González Aguirre /@i_gonzaleza

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Una pantalla. Un perro. Una cabeza humana. Swipe. El horror en streaming. Lo primero que pensé al ver el video fue: «es falso». Porque, por más terrible que fuera la situación del país, supuse que era inconcebible que un can anduviera deambulando tranquilamente por las calles con una cabeza humana entre sus fauces. Todavía no estamos en ese lugar del infierno —me dije—. Con seguridad, lo que acabo de ver es el promocional de alguna película post-apocalíptica, de esas que suscriben una estética de «video amateur», tan socorrida a finales de la década de los noventa, en el siglo pasado. Sí. Tal vez sea eso —intenté calmarme—. Pero no. No era así. Luego de la primera impresión —espantosa, por cierto— supe que el video, ahora viral, había sido grabado por un automovilista, con su celular, en las calles de Monte Escobedo, en Zacatecas. Según fuentes oficiales, el animal se había robado la cabeza de las instalaciones de un cajero automático localizado a pocos metros de la presidencia municipal de aquel ayuntamiento. Esto antes de que la policía estatal pudiera hacerse cargo del asunto. ¿La historia que hay detrás? La de siempre. Exacto: la de siempre. Todo parece apuntar a que integrantes del crimen organizado  se deshicieron de una bolsa que contenía restos humanos junto a los que había un mensaje firmado por uno de los cárteles más sanguinarios de la región. La impunidad como constante. El abismo de la barbarie. Distribuyen la muerte simplemente porque pueden. 

Una pantalla. 

Un perro. 

Una cabeza humana. 

El horror. 

Sí, ya estamos en ese infierno. 

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Un ominoso correlato. Según datos preliminares del Gabinete de Seguridad del Gobierno de México, entre el 23 y el 28 de octubre se vivió lo que bien podría ser la semana más violenta que se ha padecido en nuestro país en lo que va del 2022. En poco menos de una semana ocurrieron 520 asesinatos. 520. Tétrico. Estas muertes son más que las que ocurren en países que están en guerra. Esta contabilidad macabra equivale a cerca de 87 homicidios dolosos cada día. Este alto índice de violencia —y de impunidad— se concentra en entidades como Jalisco, Michoacán, Guanajuato, Chihuahua, Baja California y el Estado de México. Ojalá y esto fuera una coyuntura inexplicable. Un fenómeno que responde a circunstancias muy precisas. Pero no. Basta recordar que apenas en mayo pasado la cantidad de asesinatos alcanzó la cifra de casi 2 mil quinientos. Más aún,  de 2018 a la fecha se han acumulado casi 123 mil homicidios dolosos. Un Estado evanescente.  Un país convertido en fosa clandestina. Un océano de sangre. ¿Se alcanza a ver el tamaño de esta desgracia? ¿O será acaso que la normalización de lo violento nos ha robado toda posibilidad de empatía? 

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¿Cómo hacer sentido de esta barbarie? ¿De qué manera podemos vislumbrar la magnitud y la profundidad de la violencia que nos habita? No lo sé. Tal vez no tenga sentido. Para ordenar mis pensamientos ya he escrito en este mismo espacio que: 1. Lo violento ha transitado del sigilo a la estridencia, por lo que  cada vez más adquiere una textura performativa, que se exhibe en el espacio público; y 2. Que lo violento ha ampliado su alcance: de un énfasis anclado en un componente ideológico-político (quien moría y desaparecía era quien pensaba distinto al poder en turno) ha pasado a la dispersión por todo el entramado social, y ha adquirido un carácter estructural. Hoy nos desaparecen y nos matan simplemente porque pueden. La violencia se erige pues como un componente central para la producción de la vida social. Esto, sin duda, ha transformado la textura del espacio socio-simbólico en el que estamos inmersos e inmersas. Se nos han dislocado las coordenadas de lo posible, es decir, se nos han reconfigurado los marcos interpretativos más o menos convencionales desde los que solíamos dotar de sentido al mundo. ¿Las consecuencias? La normalización en nuestras pantallas de una escena espeluznante. Un perro. Una cabeza. La muerte. Todo es lo que parece y nuestros días son eso: días de muertes. 

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Igor I. González Doctor en ciencias sociales. Se especializa en en el estudio de la juventud, la cultura política y la violencia en Jalisco.

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