Guadalajara en un llano

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

Aunque ya no era un niño, poco o casi nada recuerdo de los festejos por los 450 años de la fundación de la ciudad. Lo único de lo que me acuerdo con nitidez es del eslogan de las celebraciones, que repetía por todas partes “450 años de ser tapatíos”, y algo del logotipo, que ponía los puntos de las cuatro fundaciones divididos por un confeti que pretendía simular el río Santiago. Era 1992 y ese año habría de quedar marcado en la memoria de la ciudad no precisamente por la magnanimidad de la fiesta, sino porque dos meses después la capital jalisciense vería sus calles volar por los cielos la mañana del 22 de abril.

Nunca he entendido por qué nos gustan los aniversarios que terminan en 5 o en 0. Quizá tiene que ver la sensación de ir a mitad de un camino, en el primer caso, y luego de completar un ciclo, en el segundo. El caso es que cuando el aniversario es el 5 o el 10 o el 15, los ánimos suelen estar más encendidos. Cuando ya son muchos los años, el protocolo tiende a agruparlos en cuartos de siglo: 25, 50, 75, centena. Seguramente por eso no recuerdo los aniversarios de la ciudad entre 1993 y 2016.

Siguiendo esta lógica de aniversarios, en 2017 se anunció con bombo y platillo que los festejos por los 475 años de la fundación de la ciudad serían protagonizados por la primera edición de GDLuz, espectáculo que habría de llenar los ojos de los tapatíos de luces y henchir sus corazones de orgullo por haber nacido en una ciudad que tuvo que ser fundada cuatro veces porque en ningún lado querían a los españoles y ya habían tenido que salir corriendo luego de tres intentos fallidos. 

No fue sino hasta que Beatriz Hernández se arremangó las faldas y dijo “Aquí nos quedamos, pinche Cristóbal” que se estableció el asentamiento final de lo que sería Guadalajara, aun cuando la fundación se le adjudique a Cristóbal de Oñate. No deja de ser irónico el papel determinante de una mujer en el cuarto y último intento fundacional, considerando que 481 años después el gobernador anda lavándose las manos diciendo que nada puede hacer para frenar la violencia contra las mujeres y los feminicidios porque, lástima, son cosas de relaciones personales, aunque los asesinatos se cometan en las puertas de Casa Jalisco o en una sede del ministerio público.

Decía que GDLuz iba a llenar los ojos de los tapatíos y henchir sus corazones, pero lo cierto es que lo único que lleno e hinchó fue la cuenta bancaria de AlteaCorp, empresa responsable del espectáculo y una de las consentidas de Enrique Alfaro, que desde que llegó a la presidencia municipal de Guadalajara la cobijó con el manto del erario. Una nota publicada en 2020 daba a conocer que en ese entonces las adjudicaciones a esta empresa, responsable también de Calaverandia y Navidalia, sumaban ya 44 millones de pesos. Más lo que se haya acumulado hasta la fecha.

Si poco entiendo sobre la lógica que se sigue para agrupar los aniversarios, mucho menos entiendo por qué se festeja con tanto revuelo, y por qué habría de llenarnos de orgullo, la fundación de una ciudad en la que nacimos por casualidad. Debe ser, quizá, que desde que tengo desuso de razón jamás he vivido en una Guadalajara que dé razones para la felicidad y el orgullo. Vivimos, por el contrario, en una urbe que parece siempre estar inacabada, con las calles abiertas por las explosiones, por las obras mal hechas, por los baches o con las banquetas rotas; creciendo desordenadamente y sin control por la voracidad de los constructores y la cómplice abulia de los gobernantes; secuestrada por la delincuencia rampante que hace de las suyas sin que las autoridades puedan acabar con la cadena de impunidad; una urbe que todos los días pierde áreas verdes porque todo terreno es dinero y los negocios están antes que el aire que respiramos; una ciudad en la que miles de personas se levantan todos los días preguntándose dónde están sus desaparecidos; una ciudad que no es más que el escenario para la próxima campaña electoral, no importa qué año sea.

Como 481 no termina en 5 o en 0 ni cumple con el requisito de los cuartos de siglo, entonces las baterías están enfocadas en el nacimiento de Jalisco, que para nuestra mala suerte este año cumple 200 años de haber sido creado como estado “libre y soberano”. Digo para nuestra mala suerte porque va a ser el cencerro con el que Enrique Alfaro va a estar haciendo ruido, y ya empezó, para atraer las miradas a su esquizofrénica e imaginaria candidatura presidencial. Y es que, se sabe, el orgullo identitario ha marcado la narrativa del discurso que le escribieron en Euzen: desde su llegada al poder no deja de hablar de “defender a Jalisco” de las fuerzas malignas del exterior que buscan “dañar” al estado. Y se vienen meses peores.

En fin, pienso en todo esto porque el próximo 14 de febrero se cumple un aniversario más de la fundación de Guadalajara en un llano y, nos van a decir hasta el hartazgo que hay que estar felices y orgullos, aunque la ciudad se nos esté cayendo a pedazos y los pocos vestigios que siguen en pie, estén a la venta al mejor postor.

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La calle del Turco
La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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