Literatura y vida

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

En el pasillo J, entre las avenidas Cuentistas y Novelistas, cuatro tortugas gigantes roban miradas y atraen cámaras: las verdes y brillantes figuras de Leonardo, Donatello, Rafael y Miguel Ángel, las Tortugas Ninja, divierten a las personas que posan entre ellas tomándose fotos.

En el stand de Harper Collins, las personas se meten a un ropero de cartón con la promesa de aparecer en Narnia. Aslan no está en Expo Guadalajara pero por unos instantes casi es posible encontrase a los hermanos Pevensie.

En el pasillo F, una de las mamparas de un stand se ha convertido en una suerte de Muro de las Confesiones: el anuncio de la portada del libro No sé cómo decir dónde me duele, de Amalia Andrade, está cubierto de post it, cientos de ellos, en los que las personas han respondido a la pregunta “¿Cómo te sientes?”. Los mensajes van de lo divertido a lo trágico haciendo varias estaciones en lo conmovedor.

En el pabellón de la Unión Europea, una pantalla gigante proyecta los mensajes que las personas teclean desde unas tablets. Mensajes de amor, mensajes de broma, mensajes divertidos, aforismos. Todos se muestran como si fueran un tablero gigante de Scrable.

En el área Internacional, las personas no dejan escapar la oportunidad de tomarse fotos con las figuras de Flash y Batman.

Veo a personas, miles de personas, viviendo sus propias experiencias con la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Veo a los adolescentes deambular en grupos, chocar, reír, encimarse, olvidarse de que están en una feria de libros; olvidarse de que están cumpliendo un requisito escolar; olvidarse de la formalidad con la que más de algún necio quiere vestir a la FIL. 

Las personas viven la feria y se la apropian. Y sí, a veces se acuerdan de la literatura. Con suerte, si el bolsillo lo permite, algunos incluso compran libros.

Ya les he dicho aquí que mi cabeza no funciona bien. Por eso, porque no funciona bien, mientras veo los mares de personas llenando la Feria, me acuerdo de Herta Müller, que vino a Guadalajara en 2011. Ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2009, la rumana-alemana tuvo diferentes actividades durante su visita a la FIL y una de ellas fue una charla con Sabina Berman.

En un momento del encuentro, la mexicana le preguntó a Müller qué lugar ocupaba la literatura en su vida. Ella, que fue perseguida por el régimen de Nicolai Ceausescu en Rumania; espiada por el Servicio Secreto; interrogada infinidad de veces; censurada y acusada de ser un parásito, una perra, una porquería, una prostituta; que terminó expatriada en Alemania, nos regaló a quienes estábamos en ese salón una de las mejores respuestas que pude haber escuchado jamás. Respondió:

«Hay quienes dicen que no existirían sin escribir. Yo no. Yo quiero vivir, aunque no vuelva a escribir. La vida siempre debe estar en el primer lugar. Yo temí por mi vida, pude morir. La literatura es una cosa más. La vida siempre debe estar en primer lugar. El que ponga otra cosa en primer lugar, no tiene idea de nada».

Veo a la gente y veo cómo se divierten; y veo a los muchachos y cómo bromean y deambulan y se toman fotos; veo personas programa en mano buscando un salón; veo gente que disfruta su estancia en el recinto ferial a pesar del gentío y luego pienso en los que se molestan porque la feria se llena de jóvenes que no ven con solemnidad a la literatura y a los libros como objetos sagrados.

Veo todo eso y luego pienso en Herta Müller y recuerdo, otra vez, que la literatura es una cosa más.  

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La calle del Turco
La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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