La importancia de hacer memoria (Parte II)

Crónica

Esta es la segunda de una serie de crónicas en las que el autor nos lleva a cuestionar la realidad de nuestro estado. Una realidad que, a pesar de la negativa gubernamental, se presenta violenta, pero también esperanzadora por la lucha digna que dan quienes apuestan por la memoria.

Por Orestes

Si los muertos hablan 

El absurdo tiene una cara cruel y bajo el fractal opaco de las enfermedades mentales, paradójicamente, luce nítido. Las alucinaciones de la esquizofrenia, por ejemplo, tienden a ser hostiles con el enfermo, a Orestes le duele la repentina muerte de su padre, y lo escucha todo el día, todos los días: en una semana lo escucha más que en toda su vida. Pero considera que verbalizar una respuesta sería rendirse ante las alucinaciones o dar pie a una conversación que no sabría llevar.

Reconoce que haber nacido en 1994 es su cinturón de seguridad ante este padecimiento;  ventaja que su padre no tuvo e implica, así de puro saque, un diagnóstico oportuno y tratamiento sin estigmas.

Orestes observa su teléfono, al que consulta como estampa bendecida cada que escucha o intuye algo que no cuadra lógicamente. Agradece poder estar informado. 

Luego de varios diagnósticos coincidentes, en 2022 corre a consultar al director del Instituto Jalisciense de Salud Mental  (Salme), Francisco Javier Ramírez Barreto, con quien charla tendidamente como si fuera su confesor.

Aborda la accesibilidad e infraestructura pública para el tratamiento de enfermedades mentales en el Estado siempre en necesidad espaciando el acceso entre largas citas y lejanos centros de atención; el disparo ascendente en padecimientos por la Pandemia; los estigmas sociales, la subjetividad de los costos, la ruda medicación y su desabastecimiento; la lata para conseguir un diagnóstico; el privilegio poco reconocido que implica llevar un tratamiento; el suicidio y la prevención, son temas que Orestes va poniendo en el escritorio del psiquiatra, uno a uno, como fardos, en tanto busca palancas de cordura a las que asirse y así calmar los tumbos que da el absurdo mientras se acomoda, primero en los rincones oscuros al interior de su cabeza, para luego desplegarse a todas sus anchas.

“La información reduce la angustia”, plantea Orestes durante su conversación con el tanatólogo Isaac González, quien ha trabajado duelos con pacientes por homicidio, feminicidio, suicidio y desapariciones. 

El también psiquiatra reconoce la importancia de acompañar estos duelos trágicos bajo la luz de una visión amplia de las circunstancias y condiciones que existían y posibilitaron sus pérdidas.

Por otra parte, en su consultorio en el histórico hospital psiquiátrico de Zapopan, el San Juan de Dios, el doctor Horacio Cocula recomienda a Orestes no seguir la platica a la vocecita de su papá muerto, prescribe medicina y así paulatinamente la voz se debilita.

“De igual manera, no hubiera sabido qué responderle a un fallecido”, piensa Orestes en su sala, pues un caso que se repite en varios periódicos revivió el planteamiento. 

Lee en la edición del 18 de julio de 2023 de Milenio Jalisco, el caso de Karey Franco de 18 años, a quien su familia no volvió a ver desde el 24 de marzo de 2020; se replica en Mural y NTR, pues exhibe detalladamente la cara cruel del absurdo. Orestes ha aprendido a reconocer al vuelo el rostro del absurdo y describe que suele asomarse ubicua pero lentamente, tan estúpido como malicioso.

La nota denuncia que a pesar de que la fosa clandestina, donde estaba Karey, se localizó en abril de 2020, fue hasta junio de 2022 que trasladaron el cuerpo a las instalaciones del servicio forense y el 15 de julio de 2023 confirmaron la identidad a los familiares “¿quién puede vivir suspendido tres años?”, piensa. 

En la nota, la familia denuncia que las autoridades no dieron seguimiento a la carpeta de investigación, ni a las confrontas genéticas aun con los cuerpos en el Instituto de Ciencias Forenses y la información disponible. Y se suman a un coro estatal que pide se priorice la contratación de personal forense.

Al final la reportera Diana Barajas rescata un calorcito de fe en la humanidad, cuando agrega que, a pesar de la agonía, los familiares salieron a buscar a Karey a campo con el colectivo que fundaron el mismo año de la desaparición, “Buscando Corazones”; a lo largo de esos tres años de búsqueda, dieron con 70 personas en municipios de la ZMG, El Salto, Tlajomulco, Tonalá y Tlaquepaque. 

Voces 

Orestes piensa en esos cuerpos a la espera de las confrontas, y las palabras que curarán la incertidumbre de las familias: 

“Sí, sí es. Afirmativo. Anote, esto es lo que va a necesitar para llevarse el cuerpo”. Unas cuantas palabras mágicas de confirmación para devolver la calma a una familia entera y cansada.

Pero en Jalisco son muchos los desaparecidos, faltan manos y voces que conforten con resultados. Y a las búsquedas del Estado le faltan ritmo y resultados; a los colectivos de familiares protección y recepción.

Orestes se esfuerza en imaginar las voces sin vida pero rebeldes que traspasen instalaciones del servicio forense y venzan su eco frío. Especula el mensaje de los cadáveres: 

“Aquí estoy mamá, hermana, ahora vayan a descansar”; “¡Indignante! ¿Cómo que no saben quién soy yo? Si en vida, como contribuyente, me tuvieron en la lupa por años, a ver quítese, yo le marco a mi familia para que vengan por mí” y ¡pum! De esta forma, las propias víctimas le hacen el trabajo que las autoridades no pudieron, como ya hacen las personas buscadoras. Con todo y muertos, ellos mismos reducen la flama del infierno incierto que habitan en vida sus seres queridos. 

“Vacío optimismo”, ataja Orestes y frena la idea, se detiene a escrutar un bache en su planteamiento: “Si los muertos pudieran hablar, ello supondría necesariamente  una interlocución por parte de nosotros, los vivos”. 

Vuelve al punto de partida ¡Y es que francamente no sabría qué responder a un muerto! Si decidió evaporar a pastillazos la alucinación auditiva que se manifestaba como la voz de su padre, para no responderle, elegir palabras para hablar con un fallecido por violencia sería aún más difícil.

En la sala, Orestes ve morir la tarde secuestrado por la incógnita de cómo podría responder activamente a la voz de una víctima fallecida. 

Ha hecho un corte temporal y espacial para desarrollar el planteamiento y elige hacerlo desde el presente, a la altura del año 2023 en Jalisco, y bajar en una cascada de calamidades y disparos, hasta principios de los dosmiles, pues esta longitud comienza en la llamada “Guerra contra el narco” que su generación ha presenciado desde la infancia como la película más próxima e intrusiva.

“Si habláramos con los fallecidos por la crisis de seguridad desatada los últimos 15 años ¿cuáles serían las palabras más justas que podríamos ofrecer a estas personas cuyo último momento en la vida fue, precisamente, injusto?”, lo piensa varias veces, no quiere desarrollar una frívola literatura con sus apuntes que ha convertido en el acordeón personal para no reprobar la vida.

Piensa que se trata de seres humanos que conocieron en carne propia el significado del dolo: el daño que les infligió otro ser humano fue a sabiendas de que eliminaría su vida, a conciencia. 

Te conciben y esperan tu llegada a la vida, eres alimentado y cuidado, aprendes, comunicas, la familia, la infancia, recuerdos; creces: la escuela, sociedad, evaluaciones, política, el primer amor, el desarrollo de una personalidad, la fe, motivaciones, objetivos tal vez, todo un camino trazado que salvajemente rompe una granada de fragmentación, el tiro de un fusil que te parte la vida a solas o en grupo, disparado por dos en motoneta o por todos los que quepan en un convoy de 14 vehículos; explota otra granada, esta es química, a la distancia activan minas terrestres; ahora escuchamos a la ya afamada y rusa AK-47, después una Subametralladora calibre .9 MP5, casquillos percutidos de Calibre 7.62, detonan los cartuchos de calibre. 22;  fusiles calibre. 50; fusiles de calibre 7.62 X 39 mm que en el mercado negro cuestan entre 40 y 80 mil pesos. Armas todas empleadas o decomisadas en Jalisco. 

Naces. Creces. Te matan: una vecina de la colonia Oblatos barre por la mañana y encuentra tu cuerpo en un automóvil.  A los 23 años mueres atacado a balazos en el tórax en septiembre de 2011 en Puerto Vallarta pero tu injusticia no ocupa un espacio más grande que el que te dan los medios porque fue un fin de semana violento en Jalisco (nueve asesinatos en 31 horas). Junto a seis cabezas más dejan la tuya en julio de 2013 sobre la autopista a la altura de Zacoalco de Torres, quién sabe dónde quedaron los cuerpos. En el cerro de Santa Lucía de Tesistán, Zapopan, dan contigo entre los 17 cuerpos encontrados y envueltos algunos en cobijas, el tuyo en plástico. Vivías en Jamay, mandos policiacos estuvieron involucrados en tu “levantón”, ahora una docena y tú esperan a que la Fiscalía los localice en octubre de 2016. Mutilado en Santa Paula, Tonalá, en marzo de 2012, no hay mano derecha, ni un pie, los  genitales en una bolsa de plástico, eso sí, dejaron tu abundante bigote y tres cartulinas de diferentes colores, pero con el mismo mensaje, clavadas con alfileres en tu rostro y cuerpo. 

Palabras 

Naces. Creces. Te desaparecen en Lagos de Moreno, Jalisco, puedes ser alguno de los seis jóvenes Ángel, Eduardo, José Gerardo, Daniel, Marco Antonio o Cristián Fabián, raptados en 2013, en plena reunión social. Diez años después la historia se repite y también pudiste ser unos de los cinco jóvenes, aparentemente, videograbados y obligados a atacarse entre ellos, amigos de la infancia. 

“Naces. Creces. Y el horror, uno que no termina. El absurdo”, piensa Orestes, pero la hemeroteca de 2013 responde otra cosa, explica que Lagos está en disputa por el crimen organizado desde los sexenios del gobernador Emilio González Márquez y el presidente Felipe Calderón Hinojosa; incluso en 2010, el entonces alcalde priista, José Brizuela acusó a su antecesor, el panista Francisco Torres de aceptar sobornos del grupo delictivo Los Zetas para operar en la zona y hacerse de un complejo sistema de videovigilancia.

El 18 de agosto de 2023, Raymundo Riva Palacio escribe en su columna de circulación nacional cómo Lagos de Moreno es asediado por el Cártel de Sinaloa/Pacífico en la frontera con Aguascalientes y Zacatecas, pero vive bajo el control del Cártel Nueva Generación. 

Describe a un gobierno estatal que antepuso la política a las acciones para frenar la violencia en la zona, hasta el punto en el que el gobernador Enrique Alfaro Ramírez concibe las consecuencias de la ola criminal como un proceso de desestabilización en Jalisco. 

El templo de las Capuchinas, el Museo Casa Agustín Rivera, el Teatro José Rosas Moreno y las haciendas San Cirilo y Sepúlveda motivaron a que en 2010 Lagos de Moreno fuera declarado Patrimonio Mundial por la Unesco pero el ojo organizacional del crimen vio otras ventajas en el Pueblo Mágico, y aprovecha su privilegiada centralidad (Una tachuela sobre Lagos podría detener equilibradamente cualquier mapa impreso de los Estados Unidos Mexicanos) para el trasiego de droga y la circulación de sicarios y ladrones hacia otras entidades, factor relevante para explicar el incremento de la violencia de los últimos años.

Miembros de los grupos que operan en la zona como el Cártel de Sinaloa y las células que trabajan para el Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG), pelean por sus carreteras conectadas con el centro de Jalisco, el noroeste, noreste y centro de la República, así como con la zona industrializada de Guanajuato.

Al cerrar el diario, antes de señalar la responsabilidad legítima del Estado, Orestes piensa en la familia de los jóvenes de Lagos y si estos planteamientos podrían reducir algunos kilos de pena o culpa, si el dolor que los ocupa dejará espacio para ver una visión amplia de las circunstancias y condiciones de estos crímenes, algún día.

Así obtiene su respuesta, ¿cómo hablar con los muertos del crimen?: ¡Información! Información ampliada, una explicación, o el intento de varias, eso podría ser el primer paso para encontrar palabras justas, tal como trabaja el tanatólogo con sus pacientes. 

Los conceptos se desatan en su cabeza como enjambre pero uno ordenado; cada palabra que llueve desembocan en su ideario con la forma de un rendimiento de cuentas para las víctimas mortales, con quienes se tendría que saldar una larga deuda en honor.

“¿Cómo explicaríamos a las 26 víctimas, aún desnudas, que fueron abandonadas bajo los Arcos del Milenio en 2011, que ahora en 2023, el método criminal es opuesto a lo que les hicieron, diez años después la cosa no se trata de exhibir sino ocultar cadáveres, operación compleja que consta de diversos episodios, actores y lugares para efectuar la secuencia clandestina bajo la cual esconden lo mejor posible cientos de crímenes?; o ¿cómo poner al día a los tres estudiantes de cine, Javier Salomón Aceves, Marco Francisco García Avalos y Jesús Daniel Díaz García, privados de su libertad en 2018, mientras hacían la tarea en Tonalá, que esa brutalidad también deshace en ácido delitos, pruebas y el seguimiento de investigaciones, como indicó a versión oficial que dio el Estado de Jalisco a los cientos que salieron a exigir su aparición con vida, a pesar de que el mismo titular del Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses (IJCF) Luis Octavio Cotero Bernal, cuestionó la versión?; a propósito, ¿qué diría el decano médico forense de Jalisco, Mario Rivas Souza, si supiera la crisis forense, que en 2018, su peor momento, sacó 322 cadáveres, al interior de dos traileres a deambular sobre distintos puntos de la ZMG porque las condiciones de la dependencia y la cantidad de asesinatos tronaron sus capacidades primero operativas y después físicas, expulsando a los muertos a la calle y después del escándalo también a Cotero Bernal, a quien responsabilizó, castigó y persiguió el gobierno de Aristóteles Sandoval; en paz descanse el ex gobernador priista cuya administración arrancó en 2012 con el asesinato de su secretario de Turismo, José de Jesús Gallegos Álvarez, a quien alcanzaría en la muerte, ocho años después, al ser asesinado precisamente en el turístico Puerto Vallarta, de hecho al ex mandatario también tendríamos que explicar cómo es que su asesinato, en el baño del restaurante bar Distrito 5, ya es caso cerrado para el Estado, así sin autores materiales e intelectuales, móvil, captura ni sentencia, otra injusticia que quizá termine por repararse 200 años más tarde, como la del primer gobernador Prisciliano Sánchez. 

En mayo de 2012 localizaron dos autos abandonados con restos mutilados de 17 hombres y una mujer sobre la carretera a Chapala, según las investigaciones la mayoría de las víctimas eran personas secuestradas por Los Zetas y sin ningún tipo de relación con el crimen organizado; es decir, limpios del ahora popular conjuro revictimizante contra asesinados y desaparecidos que reza: “en algo andaban” y exhibe la incapacidad institucional, al tiempo que demuestra su efectividad narrativa sobre amplias cifras crédulas y apáticas de la sociedad jalisciense que se traga y repite el cuento. 

Es comprensible conjurar esas palabras mágicas pero acusatorias, para creerse fuera de tan abominable estampa, para pintar una línea imaginaria entre delincuentes que se matan entre ellos. 

Repiten el conjuro para dotarse de un nivel moral o decencia social que los protegerá de que les saquen los ojos como sucedió en 2013 al joven Héctor Jonathan Franco Martínez, en las celdas municipales de Puerto Vallarta, sin que intervinieran las autoridades, y quien después denunciaría presión por parte de la CEDHJ para aceptar la “reparación del daño” cuantificada en 322 mil pesos (Milenio 28 noviembre de 2016); asumen que no serán reclutados por el crimen organizado que evalúa si mueren o pueden aspirar a integrar sus filas desde los dantescos campos de entrenamiento, como ocurrió a “Luis”, privado de la libertad en la sierra de Navajas por el Cártel Jalisco Nueva Generación y que vio morir a 17 personas en manos de sus captores, luego de haber sido contactados por Facebook y engañados con la promesa de un trabajo como guardias de seguridad por 4 mil pesos semanales, según publicaron Alejandra Guillén y Diego Petersen Farah en el reportaje “El regreso del infierno; los desaparecidos que siguen vivos” publicado en 2019 en El Informador; asumen que el conjuro protegerá a sus hijos de convertirse en daños colaterales como pasó con el estudiante de secundaria y dos civiles más de Ocotlán quienes quedaron en medio de un ataque armado contra elementos de la Gendarmería de la Policía Federal el 19 de marzo de 2015 (Animal Político, 20 de marzo 2015), en el cual también murieron cinco elementos federales y tres de los presuntos atacantes. 

“En algo andaban”, así es, como todos nosotros.

***

Lee aquí el resto de las crónicas que componen esta pieza periodística:

Parte 1: 

La importancia de hacer memoria (Parte I)

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Somos un proyecto de periodismo documental y de investigación cuyo epicentro se encuentra en Guadalajara, Jalisco.

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