Tu candidato te ama…

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

Hay un poema de Ánuar Zúñiga Naime que me gusta mucho. Se llama “Dios te ama” y dice:

 

Dios te ama

porque no vive contigo

porque no tiene que quitarle tus pelos al jabón

cada mañana

en la regadera

 

porque no te escucha roncar como una sierra eléctrica

a las 3 de la madrugada

masticar con la boca abierta

porque no tiene que limpiar la tapa meada del escusado

todos los días

 

Dios te ama

porque solo te ha visto en la tele

 

*  *  *

Terminé pensando en el poema de Ánuar Zúñiga por culpa de Sergio Blanco, quien la semana pasada me sugirió —¿o debería escribir me retó a?— que escribiera sobre otro ejemplar de la fauna de las campañas: las y los electores, específicamente quienes, por alguna extraña razón, se convierten en acérrimos defensores de las personas que buscan obtener un cargo de elección popular.

En los tiempos polarizados en los que vivimos, resulta complicado expresar una opinión sobre las personas que están al frente de alguna instancia de gobierno, sobre todo si esa expresión es una crítica hacia su desempeño o a los resultados de sus gestiones (o la falta de ellos). Si alguien critica alguna situación de la mentada cuarta transformación, aparecen los perfiles entusiastas para decir que seguro se trata de un “prianista”; si se critica a los gobiernos de Movimiento Ciudadano, se corre el riesgo de ser acusado de ser morenista, o peor: de chairo. La escritora Alma Delia Murillo lo sintetizó muy bien hace unos meses en su cuenta de La Red Antes Conocida como Twitter:

“Me intrigan las mentes que no conciben que algunos abominamos de TODOS los partidos. Si criticas a Morena, seguro eres del PAN; si criticas al PAN obvio eres de Morena y si criticas a ambos estás con MC. Es patológica su resistencia a comprender que ningún partido nos representa”.

Desde su llegada a la presidencia del país, Andrés Manuel López Obrador ha alentado y sacado provecho de esta forma maniquea de ver el mundo. Toda crítica a su gobierno es vista como una ofensiva del “bloque conservador”, de “los que tenían privilegios”, de “los fifís”, de “los neoliberales”, y cuenta con una caja de resonancia que se activa a la menor señal para llevar cualquier discusión al terreno de lo blanco y lo negro, el pueblo bueno y los conservadores malos, sin matices, sin puntos medios, sin concebir un atisbo siquiera de que en toda crítica puede haber algo de razón y oportunidad para la mejora. El presidente se asume como infalible y sus seguidores se lo creen y lo defienden encarecidamente.

Me refiero a López Obrador, pero en realidad la práctica se extiende a prácticamente cualquier persona en un cargo público. En Jalisco, el gobernador Enrique Alfaro ha repetido el modelo, atizándolo con un discurso en el que la violencia contamina los mensajes: toda crítica a su muy criticable desempeño es calificada como un ataque de sus enemigos mal intencionados que quieren dañar a su gobierno, por lo que es indispensable defender a Jalisco. En esta ofensiva contra él, los medios son pasquines o de plano gatilleros de intereses ocultos. Al igual que con el presidente, hay hordas dispuestas a salir a la confrontación, que no al debate. 

Pareciera que en México la prohibición del disenso es una política pública.

Ahora bien, en temporada electoral, esa efervescente defensa de la persona candidata en campaña se vuelve más febril. No importa si se trata de personajes impresentables como José María Martínez, Carlos Lomelí, Sandra Cuevas, Francisco Ramírez Acuña o anoten ustedes a quien quieran. Muchas personas se toman como una afrenta personal cualquier crítica, y cualquier señalamiento da pie a la confrontación. En tiempos electorales se vuelve más peligroso traer una playera o los colores de un partido político que la de un equipo de fútbol rival. Hace unos días, “simpatizantes” de Morena y de Movimiento Ciudadano en Jalisco protagonizaron una batalla campal equiparable a las peleas entre los barrabravas de Chivas y Atlas. 

Circulando por la ciudad, en diferentes puntos se va topando uno con los grupos de personas que, equipadas con banderas y calcomanías, buscan contagiar a otras personas de su entusiasmo. Muchas de esas personas esperan que la persona a quien apoyan gane la contienda porque les prometieron que, cuando eso pase, la abundancia va a bajar: alguien conoce a alguien que conoce a alguien que te va conseguir un lugar en el ayuntamiento, en la secretaría, en el despacho, etcétera. Y entonces, cuando eso pase, habrán valido la pena las horas bajo el sol y las confrontaciones.

Todas las personas sabemos que los mítines están plagados de acarreados, pero también los hay quienes van por verdadera convicción y hacen lo posible por saludar, tocar, tomarse una foto con su candidato, con su candidata. Sienten esa conexión, fugaz, efímera, pero sólida. 

Una conexión que me recuerda el remate del poema de Ánuar Zúñiga y que me tomo el atrevimiento de parafrasear:

 

tu candidato te ama

porque sólo te ha visto en el mitin

 

Y después de eso, una vez que pase la elección, sin importar el resultado, gane o pierda, lamento decírtelo: jamás se va a acordar de ti.

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La calle del Turco
La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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