Amor de mamá

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

Si se pone uno a buscar en Google, las versiones sobre el origen de la celebración del Día de las Madres en México son muy variadas. Rascando un poco, hay dos elementos que se repiten: que se eligió mayo porque era el mes dedicado a la virgen María y el día 10 porque en los tiempos en que comenzó a celebrarse —los tempranos años veinte— a los trabajadores se les pagaba cada diez días: contar con presupuesto era importante. Hay una versión que incluso le atribuye la iniciativa a un periodista, Rafael Alducin.

Orígenes aparte, lo cierto es que el Día de las Madres es una de las celebraciones más caras en el país, en un doble sentido: cara, entendiendo el término como sinónimo de querida; y cara en cuanto a lo oneroso: por lo general en este día no se escatima presupuesto para dar flores, comida y regalos a las progenitoras, aunque muchas veces esto se traduzca en que las madres terminen cocinando ellas, lavando los trastes y aguantando hijes borraches. Como gritaba Gordolfo Gelatino: “¡Ahí, madre!”.

Más allá del sesgo consumista del que se ha cargado la celebración —que incluye las costosas e invasivas campañas publicitarias con alto presupuesto de las grandes marcas hasta aquellos comerciales del hijo ingrato de Ekar de Gas, ¿los recuerdan?— en los últimos años la conmemoración del Día de las Madres ha ido resignificándose por el trabajo de las madres buscadoras, quienes no tienen nada que celebrar en este día porque les arrebataron a sus hijas e hijos y las sumieron en una tarea que es, al mismo tiempo, la muestra visible más elocuente del amor más incondicional: su búsqueda sin descanso.

Amnistía Internacional documenta que, con base en los datos del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas, al corte del 9 de mayo de 2024 en México hay 116 mil 303 personas desaparecidas. Sin embargo, la cifra puede ser mayor, pues en diferentes ocasiones se ha señalado que hay un subregistro ocasionado por fallas del sistema, o porque las personas no denuncian por desconocimiento o miedo, o por modificaciones en los criterios para considerar a una persona como desaparecida y así bajar la cifra, entre otros factores.

En Jalisco, la entidad con más desapariciones en el país, la situación se ve agravada por la crisis forense que ha ocasionado que las madres no puedan recuperar a sus seres queridos por el escandaloso déficit de identificación de personas que arrastra el Servicio Médico Forense (Semefo).

Y sin importar todo lo que tienen en contra, las madres siguen buscando sin descanso. 

Se han convertido en detectives, antropólogas, excavadoras. Han organizado colectivos de búsqueda, han aprendido sobre la marcha a tejer comunidad, a hacer frente común. Han desarrollado estrategias de autocuidado para enfrentar la abulia de las autoridades y la presencia omnipresente del crimen organizado, que no satisfecho con arrebatarles a sus tesoros, también las amenaza y, en más de una ocasión, también las desaparece o de plano las asesina.

Y, no obstante, las madres siguen buscando sin descanso.

Las madres buscadoras se acompañan y se reconocen como iguales en su búsqueda. Por eso buscan, caminan, excavan y encuentran: atienden llamadas anónimas, localizan fosas, clavan varillas. No importa que a quienes encuentran no sean sus familiares: es la persona querida de alguien más y por eso vale la pena seguir. Y siguen: buscando, caminando, excavando, encontrando. 

Ellas, las madres buscadoras, han convertido los festejos por el 10 de mayo en una denuncia, en un reclamo a las autoridades, en una exigencia para que cumplan con su trabajo, pero también en un llamado a la solidaridad para que la sociedad en su conjunto las acompañemos en su búsqueda, para que no las dejemos solas. 

Recuerdo una frase de Araceli Salcedo, madre buscadora de Orizaba, Veracruz, que sintetiza la lucha que libran estas mujeres: “La búsqueda de un hijo, de una hija, no termina. Y una madre nunca olvida”.

Ellas, las madres buscadoras, han convertido el 10 de mayo en la manifestación más poderosa del amor incondicional, del amor de mamá.

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La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

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