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Residentes se unieron en un esfuerzo colectivo para revitalizar un monumento natural amenazado. Las autoridades dicen que no tienen fondos para sanearlo.
Como cada mañana de domingo, Alberto Navarro toma su escoba para limpiar una cascada de escalinatas tupida de vegetación. Barre las hojas secas de decenas de escalones separados por andadores largos y maltrechos. Su esposa, Maricela Rodríguez, y su hermana, Diana Navarro, tienen a la mano escobas, recogedores y bolsas de plástico. Uno a uno, barren los 190 escalones, juntan hojas secas de árboles, botellas de plástico y otros residuos. Les lleva dos horas y media limpiar las instalaciones turísticas que rodean la cascada El Salto de San Antón.
Pero toda la cuidadosa limpieza de la familia Navarro puede ser en vano. Esta zona lleva décadas en declive debido a que el crecimiento de asentamientos urbanos y la contaminación han deteriorado el paradisiaco paraje. Sin embargo, esta familia y otros residentes del barrio no han cejado en su empeño de revivir el otrora floreciente enclave turístico.
Este lugar es como su casa. Alberto Navarro jugó, nadó en su río, creció aquí viendo arribar los autobuses de turistas. Su abuelo llegó al barrio hace 80 años y puso un restaurante y un vivero. Su abuela instaló una tienda de venta de macetas. Su familia vivió por décadas del turismo generado por la esplendorosa caída de agua de 36 metros de altura.
“Los fines de semana había un señor que se echaba clavados. Yo tenía como 14 o 15 años”, recuerda Navarro. “El agua era limpia, clara, pero se hicieron nuevas colonias allá arriba y empezaron a contaminar”, dice en referencia a los asentamientos que rodean la cascada. El chorro caudaloso oscureció y en las orillas terrosas se acumularon cientos de botellas de plástico y basura.
La contaminación hizo que el vivero de su familia fuera mermando sus ingresos. Lo mismo le pasó a la tienda de macetas que heredó su hermana. En el barrio, los comercios de venta de plantas, artesanías, un restaurante y un puesto de quesadillas, perdieron del 10% al 80% de su sostén económico en los últimos cinco años.
“Muchos negocios cerraron y los que éramos jardineros ahora buscamos trabajo fuera de San Antón”, dice el hombre de 63 años. En tanto, los domingos asea la cascada junto a su familia, aunque se vea abandonada.
Rodríguez comparte el gesto de su esposo: “Cada 8 días estamos pensando qué escoba me llevo, qué me pongo, ¿tengo bolsas?”. Cargan sus propios implementos de limpieza y vacían los botes de basura -pintados de rojo- que fabricaron con garrafones.
El terremoto del 19 de septiembre de 2017 dañó la infraestructura del lugar y su acantilado de prismas basálticos. El Ayuntamiento de Cuernavaca cerró el sitio por riesgo de derrumbes y desde entonces, el deterioro de las instalaciones se ha hecho más visible.
Residentes dicen que Protección Civil de Cuernavaca advirtió de desprendimientos, pero la familia Navarro minimiza el peligro. “Hay riesgos en todos lados: en tu casa, en tu sala, en las escaleras”, dice Diana Navarro. La gente del barrio realizó una asamblea en noviembre de 2022 y decidió reabrir las instalaciones por su cuenta.
“Es el cariño y el amor que le tengo al lugar”, dice Alberto Navarro.
Una cascada de consecuencias
Cuernavaca es llamada la Ciudad de la Eterna Primavera gracias a su sistema de barrancas que genera un microclima refrescante. Son 46 barrancas que transitan 140 kilómetros. Por este sistema corren ríos y manantiales que reciben descargas residuales tanto de asentamientos legales como irregulares.
Algunas barrancas estaban bajo resguardo del gobierno federal, como la de El Salto de San Antón, pero se transfirió al Ayuntamiento de Cuernavaca en 2009, mientras otras están a cargo del gobierno estatal y federal, lo que crea vacíos administrativos que favorecen su contaminación, dice Concepción Alvarado Rosas, profesora de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos.
David Pineda es un artesano de 83 años y dice que lleva 30 luchando por la cascada. Su puesto ambulante es el único fijo en las instalaciones. Solo funciona sábados y domingos porque sus ventas menguaron 80% en cinco años.
“Éramos 20 vendedores, ¿dónde están?”, pregunta.
Pineda participó en una iniciativa para rescatar la cascada de la contaminación con intervención ciudadana, de instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México, la Parroquia de San Antonio de Padua y el Ayuntamiento de Cuernavaca de 2004 a 2008. Crearon un patronato del que fue su primer presidente.
“Recolectamos muchísima basura, hicimos siete centros de acopio”, recuerda Pineda. Recaudaron fondos y colocaron un biofiltro en una escuela que contaminaba un río que alimenta la cascada. En 2007, el artesano contabilizó 4,635 visitantes en un mes. Mas dice que el patronato tuvo conflictos internos y no perduró.
El incansable activismo de Pineda por más de tres décadas lo volvió el activista más conocido en la defensa de El Salto de San Antón. “He participado en siete rescates de la cascada, pero se frustran porque las autoridades no involucran a la gente. A mí me preocupa mi edad. Mis capacidades han disminuido mucho y van a disminuir más”, dice. “Estoy cansado de luchar”.
Otra gente del barrio lucha por la cascada a su modo. José Luis Valladares es dueño del restaurante El Salto. Dice que en 1978 entró a laborar al restaurante como afanador: “Tenía 13 años, estaba en secundaria y me metí a trabajar para pagarme los estudios”. En 2004, se hizo su propietario y aunque su clientela bajó 40% en los últimos cinco años, no piensa cerrar el restaurante. “Al contrario, quisiera que fuera creciendo más porque tengo un segundo piso”, dice.
Falta de políticas integrales
El biólogo José Alberto Rodríguez San Ciprian es titular de la Dirección General de Desarrollo Sustentable del Ayuntamiento de Cuernavaca. Participó en la iniciativa citada por Pineda como director de barrancas hasta que hubo un cambio de administración municipal en 2009 y no hubo continuidad en el proyecto.
Dice que el ayuntamiento pretende atender los daños provocados por el sismo de 2017 pero que no han tenido presupuesto hasta ahora. “Desafortunadamente, el recurso se ha destinado a pagar la deuda” que heredaron de cinco administraciones anteriores y que representó el 30% del presupuesto municipal de los últimos dos años.
El biólogo expresa que es posible que en 2024 destinen fondos para rehabilitar la infraestructura, pero no para sanear la cascada. Implica más tiempo y dinero y las autoridades del ayuntamiento se renovarán en elecciones en junio.
Hasta el momento, el ayuntamiento de Cuernavaca no ha intervenido en la decisión colectiva del vecindario de reabrir el espacio. Las repetidas solicitudes de comentarios de Protección Civil por parte de Global Press Journal no recibieron respuesta.
La profesora Alvarado dice que el rescate de la cascada será efectivo cuando el sistema de barrancas de Cuernavaca deje de estar fragmentado entre el gobierno federal y el municipal y se instaure un único régimen que las proteja. Propone “darles la categoría de patrimonio cultural” y crear circuitos de andadores y parques.
El arquitecto Manuel Quinto, uno de los impulsores del rescate de Amanalco, otra barranca en Cuernavaca a la que convirtió en un corredor turístico en los años 90, coincide con Alvarado. Se necesita una solución integral que incluya organizaciones civiles y participación ciudadana, dice. “La gente local sabe de los problemas y puede dar seguimiento a los proyectos cuando hay una verdadera metodología participativa”.
Paloma Martínez tiene 32 años y ostenta el cargo honorífico de ayudante municipal de San Antón. Gestiona las demandas del barrio con el Ayuntamiento de Cuernavaca. Es la tercera generación de la familia con más locales de venta de plantas en el barrio. “Mi familia tenía 17 locales y ahora solo quedan cuatro”, dice.
Asegura que busca financiamiento público para rehabilitar las instalaciones de la cascada y crear un espacio comunitario cultural. Pero considera que recuperarla solo será posible si el vecindario se compromete con su cuidado.
“Los indicados tenemos que ser los nativos y contagiar a las autoridades”, dice. “Si no lo hacemos nosotros, difícilmente otras personas lo harán”.
Al igual que Alberto Navarro, Martínez creció con la cascada, y su familia depende de los ingresos del turismo. Navarro confía en que su determinación le ayude a lograr su objetivo. Cree que El Salto de San Antón volverá a brillar. Mientras tanto, asegura que continuará aseando sus instalaciones “hasta que se vayan las ganas. Ya se acostumbró uno, ya tiene uno que venir”, dice, sin dejar de barrer las escalinatas.
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Laura Castellanos es una reportera de Global Press Journal con sede en México.
Esta historia fue publicada originalmente por Global Press Journal.
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