Que llueva… 

La calle del Turco

Por Édgar Velasco / @Turcoviejo

Ilustración: Currito 21

Ya vamos por la mitad de junio y aunque desde hace unos días el calor se volvió chicloso, pegostioso y vaporoso, en el momento en el que escribo esto las lluvias siguen brillando por su ausencia. Como cada cierto tiempo, Chapala se seca. Las noticias y la memoria me recuerdan que esto ya había pasado antes: cada tanto, el lago se queda casi sin agua, las lanchas no pueden salir, el malecón es más bien una muralla. Después pasa que el agua regresa y entonces olvidamos que casi nos quedamos sin lago. Hasta que, como este junio —tiene apenas poco más del 35 por ciento—, las noticias nos informen que Chapala se seca.

Y no llueve.

Todavía no escucho las cigarras, y no sé si eso me hace sentir bien o mal: desde que conocí su ciclo de vida, siento un poco de tristeza cada vez que las escucho cantar con su ensordecedor chillido: las hembras ponen huevecillos que, una vez convertidos en ninfas, pasan entre 13 y 17 años bajo tierra; luego de ese tiempo, salen a la superficie para reproducirse, poner huevos y morir. El canto de las cigarras es la esperanza de la lluvia y la antesala de su muerte.

¿Ya tendría que estar lloviendo?

No me considero una persona supersticiosa —al menos no tanto— ni religiosa —al menos no mucho—, pero no puedo evitarlo: veo el calendario y todavía faltan diez días para la fiesta de san Juan, que se celebra el 24 de junio. Ese día llueve porque llueve, dicen. No se trata de la fiesta de Juan, el apóstol, sino de Juan, el bautista, que algo sabía de aguas: él fue el encargado de bautizar a Jesús, dicen los evangelios, y por eso la creencia popular, esa mezcla de religiosa superstición, dice que a él le toca dar el cordonazo para que empiecen las lluvias.

Pero todavía faltan diez días.

Me acuerdo entonces de la ronda infantil: “Que llueva, que llueva, la virgen de la cueva…”.

¿Cuál virgen? ¿Cuál cueva?

Busco en Google: el Ayuntamiento de Piloña, en Asturias (España), documenta que el santuario de la Virgen de la Cueva “está situado en las orillas del río Mon o de La Marea”. También informa que los orígenes del culto pueden rastrearse hasta el siglo XVI, mientras que las leyendas van más atrás, hasta los siglos X-XI. Me permito copiar y pegar:

“El señor De la Torre de Lodeña tiene un sueño en el que se le aparece la Virgen María para pedirle que se le dé culto devoto en el actual Santuario. Al acudir al lugar a verificar su sueño, encuentra en la cueva a un viejo eremita que venera una imagen de la Virgen.  El señor de Lodeña reconoce a un viejo amigo, un caballero portugués que había luchado contra los moros junto a las tropas castellanas. El portugués le relata que, a la vuelta a su tierra tras la batalla, su joven amada fallece, lo que le lleva a comprender lo efímero de la vida promoviendo la búsqueda de la eternidad a través de la meditación y la penitencia. Vaga por las tierras castellanas hasta que encuentra una figura de la Virgen María en una oquedad del actual Santuario y decide quedarse en el lugar. Al poco tiempo del encuentro, el portugués fallece y el señor de Lodeña promueve ardorosamente el culto a la Virgen María”.

Como en este junio caluroso y ahora chicloso, en esta cueva no hay noticias de la lluvia. Sigo buscando, al igual que sigo viendo el cielo con nubes estériles de agua.

Entonces resulta que hay otra virgen y otra cueva: en Altura, Castellón (España), hay una gruta que servía de refugio para los pastores y sus ovejas. Cuenta la leyenda que un pastor se refugió ahí y encontró una imagen de la virgen. Le rezó, le puso flores y se fue. Cien años después, otro pastor dijo que se le apareció la virgen y le señaló el lugar donde estaba la imagen, dentro de la cueva. Ahí comenzó el culto, de modo que, vuelvo a copiar y pegar:

“En 1726 una tremenda sequía azota a la comunidad valenciana. Es entonces cuando comienza una auténtica peregrinación de labradores para suplicarle a la Virgen, a la que entonces llamaban la Blanca Paloma, que mandara lluvia para salvar sus cosechas. Justo al día siguiente, según cuentan las crónicas de la época, comenzó a llover y a nevar y no paró de hacerlo hasta una semana después. Todos los huertos se habían llenado de la preciada agua y los cultivos dieron sus frutos”.

Leo también que en diciembre de 2011 la imagen de la virgen fue robada y hasta el año pasado nada se sabía de su paradero.

De este lado del mundo no había vírgenes ni cuevas, pero estaba Tláloc. Y doy con el poema de Efraín Huerta. Se titula “Tláloc” y dice:  

Sucede
que me canso
de ser Dios


sucede
que me canso
de llover
sobre mojado


sucede
que aquí
nada sucede

sino la  lluvia
           lluvia
           lluvia
           lluvia.

Pero sucede que en este junio caluroso, chicloso y pegostosio nos sucede todo. Menos la lluvia.

Este año no hay lluvia todavía y no me queda más que recordar las lluvias de otros años y tengo que detenerme cuando caigo a la primera estrofa del soneto “La lluvia”, de Jorge Luis Borges:

Bruscamente la tarde se ha aclarado
porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
que sin duda sucede en el pasado.

Comparte

La calle del Turco
La calle del Turco
Édgar Velasco Reprobó el curso propedéutico de Patafísica y eso lo ha llevado a trabajar como reportero, editor y colaborador freelance en diferentes medios. Actualmente es coeditor de la revista Magis. Es autor de los libros Fe de erratas (Paraíso Perdido, 2018), Ciudad y otros relatos (PP, 2014) y de la plaquette Eutanasia (PP, 2013). «La calle del Turco» se ha publicado en los diarios Público-Milenio y El Diario NTR Guadalajara.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Quizás también te interese leer