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Por Mtro. Eduardo García Jaime
Con la llegada de Donald Trump a la presidencia, también hicieron escena las amenazas de aranceles. Asimismo, se ha expresado una opinión generalizada sobre lo contraproducente que serían para nuestra economía y la estadounidense. Sin embargo, muchas de estas opiniones parten de la premisa de que todos los lectores tienen conocimiento económico. En esta columna te explicaré de qué van los aranceles y por qué generan tanto revuelo.
Los aranceles son un impuesto que un país impone a los productos y servicios extranjeros. Al ser un impuesto, alguien debe pagarlo; ya sea el consumidor o las empresas del país que lo impone. Esto afecta las compras y ventas, pues a mayor impuesto, menores serán las transacciones en el mercado. En este caso, si Estados Unidos le pusiera aranceles a todo el mundo, se podría esperar que los estadounidenses compraran, produjeran y vendieran menos. Y eso sin contemplar que, generalmente, un país al que le ponen aranceles responde también con aranceles, cerrando más el comercio.
Entonces, si son perjudiciales, ¿por qué Trump los propone? La reducción en las compras, ventas y producción hace que el bienestar general se reduzca, pero eso no significa que no haya ganadores. Si los productos extranjeros se encarecen, automáticamente los productos locales, aun si son de menor calidad, se vuelven más atractivos y se genera producción interna. Por otro lado, el gobierno también obtiene recursos que puede gastar en su población. Sin embargo, es demostrado que el ingreso que generan los gobiernos por los aranceles es menor a las pérdidas económicas que estos mismos causan.
En el siglo XX, se volvió popular en Latinoamérica la “sustitución de importaciones”, que implicaba aranceles a todos los productos y otras medidas proteccionistas para crear producción local y no depender de las naciones industrializadas. No funcionó: ningún país puede producirlo todo al mismo tiempo.
No obstante, los aranceles para proteger sectores estratégicos les han funcionado a varios países. Un ejemplo exitoso fue Corea del Sur, que mantuvo aranceles altos en los años 60 para proteger y promover su industria tecnológica y automotriz. Pero no fueron los aranceles por sí solos: hubo subsidios, créditos baratos, inversión y fue en el largo plazo.
En cambio, no se ve que la idea de Trump de imponer aranceles sea promover una industria que esté naciendo o en la que otros países sean sus competidores (exceptuando a China). La visión que compartió el reconocido economista Laffer es que Trump está usando la amenaza de aranceles como palanca de negociación para obtener concesiones de otros países.
Y es que los estadounidenses, de imponer aranceles, se afectarían a sí mismos predominantemente de dos maneras: primero, con un precio más alto para empresas y consumidores que necesitan productos extranjeros; segundo, con los aranceles que el país afectado les impondría de regreso.
En el caso de México, los aranceles de Estados Unidos hacia nosotros causarían una menor demanda estadounidense de productos mexicanos. Asimismo, una menor Inversión Extranjera Directa de Estados Unidos en territorio nacional y de todo país que veía en México una entrada a nuestro vecino del norte.
Aunque es natural que nuestro país conteste igual, con aranceles indiscriminados, aprendiendo de las lecciones económicas y del pasado, sería tomar veneno pensando que le afectará más a nuestro vecino que a nosotros mismos.
México podría contestar con aranceles, pero focalizados a una industria que pudiéramos desarrollar, con futuro y mercado creciente. Aunque, como la historia nos dice, los aranceles por sí solos no serán suficientes; necesitaríamos subsidios, mano de obra preparada e incentivos con una visión a largo plazo.
Aunque pueda resultar difícil en el corto plazo, la potencial crisis puede ser una oportunidad para fortalecer nuestra independencia económica frente a Estados Unidos, desarrollar una industria tecnológica local, buscar mercados alternativos y consolidar un mercado interno más robusto.