Cuerpos en disputa: Violencias patriarcales y la construcción de espacios seguros

En Pie de Paz

Por Gabriela Hernández Ruiz* / @gabshdzruiz (IG)

¿Cómo sería un mundo donde el cuerpo de las mujeres no fuera un territorio en disputa, sino un espacio de autonomía y bienestar?

Lupe, de 65 años, comparte sorprendida que nunca había pensado que podría decirle a su esposo que no tenía deseo de tener relaciones sexuales. Estela cuenta de las veces que pidió le hieran una operación para no tener más hijos, pero su voluntad no fue respetada por los médicos que atendieron sus partos. Alicia está asustada, regresaba de la prepa cansada después de entrenar y se paralizó cuando un hombre en el camión le tocaba las piernas aprovechando que traía el short, piensa que si se hubiera cambiado de ropa antes de regresar a casa eso no hubiera pasado.  Rocío no podía creer que su colega, ese amigo y padre ejemplar, hubiera tratado de abusar de ella en el baño en la posada navideña.  Pamela está en terapia por motivos de una depresión menor, menciona que no logra verse en el espejo porque sólo puede observar imperfecciones y se siente derrotada porque no ha logrado bajar de peso a pesar de estar en una dieta muy estricta y haber tomado unas pastillas que están de moda y parece que a todas les funcionan. 

Estos nombres son falsos, pero lamentablemente las historias no.  Los cuerpos de las mujeres han sido históricamente un territorio de disputa. El patriarcado los vigila, los regula y los sanciona. Los quiere delgados, jóvenes, sumisos. Los quiere disponibles, pero no dueños de sí mismos. Los quiere para la reproducción y el consumo. Se adueña de ellos en el espacio público con el acoso, en lo privado con el abuso, en la medicina con la violencia obstétrica, en la cultura con la hipersexualización y la gordofobia. El cuerpo femenino es campo de batalla.

La lucha de las mujeres feministas o antipatriarcales no sólo es una búsqueda de igualdad, sino que incluye de manera muy específica el reclamo por el derecho a la autonomía corporal, al derecho de vivirse en sus cuerpos sin ser violentadas; busca destruir las barreras de opresión, injusticia y vergüenza que se han erguido en contra de los cuerpos de las mujeres.

Cada manifestación de violencia contra los cuerpos de las mujeres responde a un sistema que lo ha normalizado. El acoso callejero es visto como un “halago”, la violencia obstétrica como un “procedimiento médico necesario”, la presión estética como “amor propio o cultura del bienestar”. Se nos educa para asumir la violencia como parte de la vida cotidiana, no como un problema estructural que debe erradicarse.

El cuerpo de la mujer ha sido un territorio marcado por las relaciones de poder: La sexualización en los medios y productos culturales, la imposición o negación de procedimientos médicos para la salud sexual y reproductiva, la brecha salarial basada en la apariencia física, así como la violencia física y psicológica en el espacio público y privado responden a la lógica de dominación de quienes históricamente han detentado el poder. Las diversas manifestaciones de violencia hacia los cuerpos son una reafirmación del  poder los cuerpos de las mujeres, una forma de recordarnos que nuestro lugar en los espacios públicos o íntimos están condicionados por la voluntad masculina. 

Las normas morales impuestas desde discursos religiosos, familiares y sociales buscan controlar los cuerpos de las mujeres, dictando qué podemos hacer con ellos, qué es aceptable y qué debe ser castigado. Se nos dice que la maternidad es un destino natural, pero aún si decidimos ser madres, somos juzgadas por cómo ejercemos la crianza. Si decidimos no serlo, nos enfrentamos a estigmas de egoísmo o amenazas de una vida infeliz y solitaria. Ocurre también con la penalización legal y social del aborto, que responde a esta misma lógica: un castigo moral encubierto bajo la premisa de “proteger la vida”. Pero, ¿qué hay de la vida de las mujeres que ponen el cuerpo y arriesgan su bienestar en abortos clandestinos o que mueren por falta de acceso a servicios de salud seguros y dignos? Pareciera que esos cuerpos no son relevantes o merecen el castigo por no seguir el mandato de castidad o de reproducción en los términos moralmente aceptados por mayorías privilegiadas. 

El papel del Estado en la violencia hacia los cuerpos de las mujeres es ambivalente, por decir lo menos. Por un lado, se implementan políticas públicas y se hacen discursos progresistas que buscan combatir la violencia de género; mientras la impunidad en los casos de feminicidio, la falta de acceso a la justicia y las deficiencias en los sistemas de salud y educación hacen que el Estado sea perpetuador de estas violencias. La gordofobia institucionalizada, por ejemplo, se refleja en sistemas de salud que desatienden a mujeres con cuerpos no normativos, reduciendo su malestar a “bajar de peso” sin diagnósticos adecuados o  en campañas “contra la obesidad” carentes de un enfoque de salud integral  o de considerar, al menos la salud mental y el elevado número de casos en trastornos de conducta alimentaria.

Si queremos transformar estas realidades, es urgente crear espacios seguros y libres de violencia para los cuerpos de las mujeres. Esto implica un cambio cultural y estructural en las relaciones de poder, la eliminación de imposiciones morales restrictivas y una verdadera responsabilidad del Estado en garantizar los derechos.  Requiere de la decidida implicación de las comunidades para dialogar, cuestionar y transformar prácticas arcaicas y violentas contra las mujeres. También es un llamado a nosotras mismas a recuperar el control sobre nuestros cuerpos, a desafiar las narrativas que nos han enseñado a odiarnos, a ocupar el espacio con libertad y sin miedo.

La paz no es un concepto abstracto. La paz es el derecho de cada mujer a habitar su cuerpo con libertad y sin miedo. ¿Estamos dispuestas y dispuestos a construirlo?

***
Diseñadora de experiencias pedagógicas y para el desarrollo humano; con formación en educación, acompañamiento humano y construcción de paz

Comparte

En pie de paz
En pie de paz
Es una columna colaborativa que busca colocar en el debate público la relevancia de la cultura y educación para la paz. Esta columna es escrita por Tzinti Ramírez, Carmen Chinas, Laura López y Darwin Franco.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Quizás también te interese leer