Ibsen para cuestionar el machismo en el teatro y su puesta en escena

Por Alejandra Carrillo / @AleCarrilloG_

El fin de semana pasado se estrenó en el teatro Jaime Torres Bodet la obra de teatro Muñecas, una puesta pero también un ejercicio creativo de la compañía Tramando Teatro que pone el dedo en el renglón sobre el abordaje de los temas de género en las artes escénicas.

Recientemente, las obras de teatro que abordan de manera directa la violencia de género o el rol de la mujer en nuestra sociedad han proliferado en la ciudad desde diferentes compañías y no es para menos. Jalisco tiene una de las tasas más altas del país en feminicidios y una alerta de género que pocos resultados obtiene por parte de nuestras autoridades: este es un tema que obviamente atraviesa a las y los artistas. 

Y aunque solo abordarlo ya es generar una reflexión y un diálogo urgente, no todos los intentos están bien logrados, no sólo en términos estéticos, sino en las reflexiones que propicien tanto en el público como en los mismos artistas involucrados.

Por eso Muñecas, dirigida por Sara Pinedo merece una mención especial. La obra fue una idea original de Adriana Muñoz, que decidió que era hora de darle una nueva lectura a la obra Casa de muñecas, de Henrik Ibsen, una de las obras más importantes en la historia reciente del teatro. Trabajaron más de un año en ella, hicieron primero un taller de perspectiva de género y, luego, decidieron introducir sus propias heridas entorno a la violencia para dar ese giro contundente y traer el texto a 2019.

En el escenario, al menos en la primera función, no todas las ideas aterrizaron. Las actuaciones parecían no asentarse del todo en los dos personajes femeninos principales interpretados por Adriana Muñoz y Stana Carrillo. Los cambios de voces y los saltos en el tiempo resultaron a veces confusos y el juego constante con la escenografía a veces hizo tropezar a las intérpretes.

A la hora de abordar las historias de no ficción introducidas en el texto hay demasiadas metáforas que a veces no tienen sentido para el propósito de la obra, estas más bien interrumpen los momentos más intensos y la atmósfera que logran con el ritmo. Más que ofrecer un respiro resultan inconexas. En esas historias personales, las actrices hablaron de las casas de sus infancias y de manera algo velada enunciaron sus violencias, dejaron ir la posibilidad de hacerlo más crudo y prefirieron los juegos de palabras en lugar de la profundidad y la contundencia, aunque dado que son sus experiencias personales quizá fue una decisión para cuidar la identidad y la privacía de los involucrados.

En los momentos cumbres, brilla sobre todo la actuación de Magdalena Carballo que en el escenario interpreta a todos los personajes masculinos, es evidente como la voz que se curte con la experiencia adquiere una claridad específica para cada registro.

El elemento mejor logrado de la obra tiene que ver con los comentarios al margen que hace el grupo de este texto, mientras lo interpretan hay por encima preguntas duras y directas para el espectador, que no sólo son incómodas y oportunas la mayoría de los casos, sino que cumplen con el objetivo que tiene una relectura dramática.

La escena final no se queda atrás. Las tres actrices hacen de frente una lectura sin los vestidos pomposos que las habían oprimido hasta entonces y que se quitan ante los ojos del espectador como renunciando a ese papel.

Por último destaca el resultado de este ejercicio que no solo interpela la pertinencia de los textos clásicos dramáticos y las formas en las que vamos a cuestionarlos en el presente, sino la práctica misma para interpelar a la escena: estas actrices, la directora, los productores y la creadora de la música original Paloma Valencia, crearon un espacio de contestación y libertad feminista desde donde hicieron textos, encontraron maneras diferentes de actuar y de relacionarse en un equipo, atendieron inquietudes y compartieron experiencias entorno a la escena tapatía para comenzar a hacerlo en sororidad.  

Antes de subirse al escenario entendieron la importancia de cuestionar su postura como creadoras, como legitimadoras de un discurso, y pusieron preguntas dolorosas y rompieron con los papeles sumisos entregados a los personajes femeninos en el teatro y dejaron en el escenario con todo su patetismo a los personajes que encumbran la masculinidad hegemónica.  

No solo eso, crearon un (urgente) manifiesto, o al menos el borrador de uno, en donde dicen nunca más a los espacios llenos de violencia y de jerarquía masculina en las compañías y grupos escénicos y ese es un grito de rabia al que ya se están comenzando a sumar más mujeres organizadas de las artes escénicas que no piensan quedarse calladas nunca más y eso es de celebrarse. Este primer arranque, este primer grito, debe ser solo el comienzo.

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